VIII. Almas errantes
Las apariciones de esas almas condenadas a seguir andando entre los vivos, puede bien explicar mi ansiedad y el estado ausente que todos notan cuando me tienen que repetir las cosas.
¿Esa figura nebulosa habrá sido la de Enrique o la de Martin sufriendo a su amigo? ¿Cuál de los dos aparecía sentado en el rincón del comedor como si durmiera?
Su cuello posado en el borde del espaldar, su cuerpo desvanecido.
Una mancha al rededor de su cráneo aparecía como una aura expuesta en el muro.
¿Cuándo mis pies inciertos apartaron las sombras con la cercanía? Quizá nunca! Quizá siempre! Pero trastabillé en lo incierto con la duda; si mi día es el alto sol de un pueblo ardiente, desolado, lleno de ecos y reverberaciones; y la noche, el insomnio de almas perdidas. ¿En qué atardecer me encuentro? Muy seguramente no es el ocaso de Martin que siempre imaginé colgado a una cuerda.
¿Cómo convivir con tantas almas errantes?
No fui directo a lo que en un primer momento fue una silueta humana inmóvil en el rincón. Me escurrí con el vértigo, ya bastante frecuente en mí, y con el reflejo del que sabe que hacer en estos casos, llegué a la ventana de la cocina y entreabrí lentamente las persianas, esperando la luz que rodea la madrugada y que se levantaba en el este, me aclarase el comedor, y disipara el miedo, y me permitiera sentirme a salvo de las sombras, incluyendo aquellas que apenas son luces remotas.
No sabía que era aquella silueta, pero presentía que ese fantasma era quien dos meses atrás, había dejado de dictarme su historia, y ahora aparece ahí, prófugo de lo etéreo, en ese rincón, derrotado por el cansancio o por la muerte a las 4:31 de la madrugada, ignorando el titilar desesperante del reloj en el horno.
No aparté mi vista un segundo de esa silueta con la esperanza secreta que desapareciera. No desapareció. Sus brazos colgaban y el cuello en su fragilidad tomaba una postura artificiosa sobre el espaldar de la silla, la oscuridad ocultaba la forma de su torso, sus piernas cercanas a la altura de los tobillos contrastaba con la distancia entre cada rodilla. Estos detalles aparecían a medida que trataba de convencerme de que solo era una percepción engañosa, un misterio a elucidar para no pensar en el calor que me había despertado minutos antes; Pero reconozco que frecuentemente busco formas a los objetos inanimados, a las rugosidades y manchas; tal vez, para llenar quien sabe que vacío.
Sentí un aire helado recorrer mi cuerpo. Un zumbido prolijo en mis oídos apareció esa madrugada, y desde entonces, vuelve acompañando mis alteraciones interiores. Mientras hurgaba mis oídos sibilantes; quedé extrañado y sorprendido: desde el muro se acentuó el vértigo y la sangre espinosa me hería el cuerpo. Me incliné tratando de comprender el siniestro acto del desasosiego. Volví a mirar la sangre en el muro. Busqué algo, sin saber qué, en el suelo y al rededor de esa figura imprecisa y marchita, pero en la opacidad no había nada más que esa aparición acentuada. La ausencia de cualquier artefacto me hizo creer que realmente estaba delirando, que todo era una broma de mi insomnio o del calor o del silencio o la locura, aun así continué reparando esa silueta. La posición de su cabeza me llevó a mirar el techo en la misma dirección que podría él estar mirando si mirara. Abrí completamente la persiana y no me alcancé a ver en el reflejo del cristal. A las 4:33 la oscuridad se acentuaba en la casa, pero desde afuera una tímida y prematura claridad de día, disipó la lobreguez de la cocina y se derramó un poco más tímida sobre el comedor, donde el viejo mueble aparecía con sus porcelanas de elefantes blancos y la montaña de ropa sin planchar dejada sin miramiento sobre la silla del comedor donde debía estar aún reposando el cuerpo sin vida de un hombre. Sentí inmediatamente un reposo. Traté de comprender lo que la luz había disipado, pero una sensación irrumpiendo súbita y casi trágica, erizó nuevamente mi cuerpo. Tratando de razonar, descubrí a mi conciencia en estado de alerta no deseada y el miedo expresándose en el pecho. Respiré hondamente y decidí darme media vuelta mientras trataba de convencerme de que no era una buena idea dar media vuelta, sentía una presencia a mis espaldas. No había nadie. La misma sensación sentí al querer mirar de nuevo hacía el comedor. No había nadie. El zumbido lo escuchaba mucho más fino, ahora, dentro de mi cabeza. Mis manos temblaban y trataban sostener el vaso de agua que reposa siempre en el mismo lugar del mesón, lo bebí sin mirar a ningún otro lado de la casa. Subí las escaleras con mis ojos fijos en los escalones de la misma escalera donde estaba de pie una silueta blanquecina y traslúcida meses atrás. Los chirridos de las tablas de corredor parecían lamentos, el grillo de mi cabeza alzaba su chirriar. Entré al cuarto y a tientas sentí la cama y me senté en su borde. Trataba de tranquilizarme mientras trataba de callar el “grillido” en mis oídos frotando y haciendo presión en las sienes. Acaricié del cuerpo desnudo de mi novia su cadera por un corto instante. Ella dormía un plácido y profundo sueño y yo me sentí un poco más seguro. Una certeza vana: Entre el cuerpo de mi novia y el mío existía un espacio vasto, suficiente para que otro cuerpo pudiera estar ahí mirándome convulsionar, mientras le daba la espalda; Pero no había nadie; sin embargo la impresión de esa presencia continuó y se agudizó: creí que sus manos rozaban mis hombros. Debí haber perdido conocimiento o me durmió el cansancio. Lo último que recuerdo del ltimo vértigo fue que terminó donde empezó, en mi hombro derecho.
Al despertar, ya con la rutina andando, mientras miraban el comedor como tratando de recrear la escena de un crimen, volví a pensar en una corta frase dirigida a Martin que leí en el reverso de un recibo de caza y pesca: he vuelto a distinguir esta mañana mientras buscaba la novela de Saramago “Levantado del suelo” la silueta de ese joven esbelto, de mirada mustia tras las grandes gafas -del que te he hablado, el que aparece también en mis sueños-, lo miré desvanecerse en las partículas de polvo que se suspenden en la atmósfera de la casa. Traslúcido como si las partículas de polvo iluminadas por un haz de luz, lo dibujaran. Me llamó mucho la atención y bien hubiera podido quedarme a reflexionar la aparición, pero el día estaba para bañarse de sol y nada ni nadie impediría, en mi mejoría, que disfrutara del patio y la lectura. Por último! Recuerda traer la podadora el fin de semana.
Y busqué entre los recortes de periódico algo de interés y encontré uno del 7 de junio de 1982 decía: Un hombre sin identificar aún, se quitó la vida el día de ayer a la altura de la rue Mountain. El hecho ocurrió la madrugada del domingo. Se puede leer más adelante donde no se ha deteriorado el papel: Ola de calor en el Este de la región.
Me pregunto si toda la gente que me es desconocida, son almas a la deriva, si habitan la misma línea temporal que yo, si son jóvenes o viejos eternamente, si han de haber muerto ya o quizá y peor aún, aún no han nacido; me pregunto si soy yo, producto de la alucinación de alguien y por ende otra alma errante.
Sin epifanías en mi cabeza, me fui a la biblioteca a ver si por alguna remota probabilidad o por la Divina Providencia encontraba ese tal libro “levantado del suelo”
Diego Galeano
Diego Galeano
Commentaires
Enregistrer un commentaire